HUGO:
Nunca supe
si debía enrolarme en lo que soy bueno o dedicarme a lo que me gusta, supongo
que esto es una extraña respuesta. Estoy en cuenta regresiva para protagonizar
una matanza de primera plana.
No hay luz
en el cuarto. Las nalgas de 35 hombres y mujeres sudan contra el piso. Es
agosto en el Golfo, un calor infernal mana de todo.
Raptados,
amordazados y vendados; todos desnudos y golpeados.
Junto a mí
está tirada lo que supongo fue una señora rica, una de esas lectoras de
Guadalupe Loaeza que arreglan el mundo desde una mesa del Sanborns. La raparon
y le hincharon la cara a patadas; luego fue violada.
No era la
excepción, todas las mujeres del cuarto fueron penetradas con ahínco por los
encapuchados, uno tras otro. Niñas, incluso. Cada noche tomaban a una, la
ponían en el centro y se saciaban.
En un rincón
amontonaron las pertenencias, ropa, teléfonos, maletines; todo estaba ahí.
Luego lo quemaron. Ahora sólo queda una mezcla de plástico y cenizas donde a
los guardias les gustaba orinar.
Cuando me
trajeron, en el pasillo dos hombres con armas largas escuchaban emocionados a
José Alfredo. ¡Ah, sus rancheras!, no hay mejor compañía para el que agoniza.
El sound track del ejecutado y el ejecutor, unidos por el sufrimiento y las
guitarras.
Al entrar al
cuarto, un anciano era obligado a abusar de su nieta, traté de no mirar, pero
fallé. Sin darme cuenta, una erección. Mientras los otros perdían la mirada en
el piso, yo veía. De haber podido me habría masturbado… Soy un asco, era su
nieta.
Entre los
otros destacaba un gordo. Sus piernas parecían como las de un recién nacido
gigante y peludo. El único capaz de conciliar el sueño. Diario recibía una
paliza, sus ronquidos retumbaban y nadie podía dormir; hasta yo lo habría
golpeado. Incluso en estas circunstancias es importante dormir.
Tras 14 días
encerrados, el cuarto apestaba. Había chorros de orina y suciedad corriendo por
el piso. Un guardia con iniciativa azotó a cinco muchachas para que lavaran los
desechos y la inmundicia de todos. Su premio, fueron sodomizadas al terminar.
JUAN:
Cuando abrí
los ojos pensé que aquella había sido una pequeña siesta para recuperar las
fuerzas, pero no fue así, me despertaron los graznidos de las hermanas gemelas,
esas que desde el principio se resistieron a todo; incluso a guardar silencio
después de tener los labios rotos.
En algún
momento tuve todo claro, pero en el transcurso de los días todo se fue
difuminando. El primer golpe que recibió el más joven de los amordazados, fue
como un arponazo de heroína. De inmediato supe cuál sería su fin y mi fin, el
fin último de los que estamos encerrados. Por eso mi fijación por sus vientres.
Es ahí donde todo vale, donde todo existe, donde todo cabe. Desde los gordos
abandonados por la facilidad del alimento, hasta los dulces y tiernos vientres
adolescentes que soportan casi todo.
MAY:
Así es,
donde todo cabe. Toda la repulsión que pudieras tener en tu vida cotidiana
fuera de éstas cuatro paredes se va desvaneciendo poco a poco. El olor a mierda
y orina de todos los que estamos, combinada con el sudor y la sangre de los que
han sido torturados (hemos sido torturados) termina por hacerte olvidar algún
buen olor que pudieras haber disfrutado, de la comida, mejor ni hablar; mi cama
ahora es éste piso mal limpiado por aquellas muchachas que murieron desangradas
luego de su ‘premio’.
Siempre que
pensé en la posibilidad de morir así me atemorizaba, un escalofrío que me
recorría todo el cuerpo se apoderaba de mí. El temor a la tortura, a no poder
defenderte, a recibir golpes, patadas, choques eléctricos, a no saber cuanto
tiempo más podrás soportar el dolor y a la vez querer morir a cada instante que
pasas aquí dentro.
Se que no
saldré de aquí, se que no volveré a ver a mi familia, ellos que tanto me
insistieron en que dejara mi trabajo y yo que tanto me burlaba en que saldría
limpio. Mi único consuelo es que me atraparon pero antes me los chingué…
MAYRA:
He perdido
la cuenta del tiempo que llevo encerrado, aquí sólo existe el infinito.
En estas
cuatro paredes de tortura no hay distinciones, jodidos y ricos por igual
mezclados en una pequeña y cruel muestra de miseria humana. En un mundo en
donde mandan los que tienen las armas, los que golpean más fuerte, los que
disfrutan cogiéndose a mujeres amoratadas, los que las desgarran por dentro,
embistiéndolas una y otra vez.
Y yo, aquí,
en el centro de todo, esperando el momento de ser el juguete elegido, como un
vouyerista silencioso que disfruta las desgracias de otros. Deseando morir a
cada instante, pero tragando los desperdicios que tiran en el piso para que
comamos como cerdos.
Conozco el
procedimiento, yo mismo lo he aplicado más de una vez. Al enemigo se le
mantiene con vida, se le atormenta, se le intimida con el ejemplo. Al final,
después de haber jugado con su mente, a capricho del verdugo, se elige su
castigo. El mío está cerca.
LUCERO:
No olvido el
tiempo antes de este. Me dijo el Macano Pérez muy serio "están tras de tí,
te van a meter la verga hasta el hocico, por pasado de lanza" "Viejo
sucio", pensé en ese momento, ¿Qué sabía él de la vanguardia, de la sangre
joven que muele la vida entre sus dedos sin el mejor remordimiento? Coño, puta
madre, carajo, sabía de lo que hablaba.
Me cogieron
un viernes, después del trabajo de Real de Catorce, no fue gran cosa. Despedacé
a 17, dejándolos vivitos hasta que no quedaba más que cercenarles la cabeza,
pues lo otro ya lo habíamos arrancado, molido, orinado y vejado, ante los ojos
horrorizados de las víctimas. Dos se murieron antes de la mitad del juego, sólo
les saqué los dedos a punta de tirones, qué poco aguantan.
A los días,
en un bar de putas, me levantaron. Ni siquiera les vi las caras, eran 3, lo
supe por las voces y uno era norteño, por su acento de maricón coge vacas. Me
dieron una madriza que me hizo vomitar los dientes y luego, quebrándome hasta
la sonrisa me metieron en este hoyo que nada le envidia al infierno.
Entre los
recuerdos de esos buenos tiempos veo lo que sucede ahora en la celda, son
buenos estos hijos de la verga, hacer que el gordito de la esquina se coma sus
propios huevos "por puta cerdo" le dijeron, tiene su toque, lo reconozco.
OZ:
No los
culpo. Llegaron a donde debían llegar. Están donde debían estar. Quizá yo
también recibo lo que merezco. La inmundicia me parece ahora tan familiar. No
saldré nunca más pero no hay espacio para no tener esperanza. A veces entre la
sangre y los penes pienso: cuando este fuera me comeré un pan francés, una coca
cola bien fría y un buen trozo de carne. Me reiría con todo si tuviera fuerzas
pero estoy mareado, hay demasiada piel y el acido de lo que se pudre me nubla…
Fractales de humanos se revuelven… lo hermoso también puede estar en lo jodido,
solo es un poco verlo de formas diferentes. Nadie es menos humano, solo que
algunos lo tienen menos en cuenta.
TERE:
El ejemplo
tiene que ver con exhibir, avergonzar al otro frente a muchos. Ya se llevaron a
casi todos. El ritual termina aventando los cuerpos en algún lugar para que los
ojos de los otros se queden quietos, como mirando una foto.
El
espectáculo debe incluir la sorpresa, lo grotesco de lo inesperado: ir
caminando, pensando en el dolor de cabeza, en lo caro del recibo de luz, en la
buena o mala cogida de anoche y de repente ver partes de otros como tú, ahí, a
tu paso, desmembrados, negros de tanto golpe y pudrición. Lo malo es que lo
puesto en escena jamás retrata lo que sucede tras bambalinas. No hay espacio en
la cara del público para el gesto de terror si hubieran podido ver al gordo
tragando sus propias carnes. No hay espacio en ellos para la erección y la
humedad que nosotros sentimos al ver tantos cuerpos violados.
Solo quedamos
cuatro, siguen sonando las rancheras, tengo el hocico pegado al piso, y me
parece estar sobre melaza, pienso eso quizá porque muy cerca de aquí un
cañaveral esta ardiendo. Hay un chingo de ceniza y un olor dulzón a caña
apretándose con el fuego. Ya no escucho gritos. Solo siento calor. Es mi turno.
Un estruendo. Voy a escena.
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