2009-02-23

Las alas de Sofía

Catalina y Sofía juegan todos los días en el pórtico de la Casa de la abuela Mau. Sus juegos son muy inocentes, como en todos los niños debería ser. El juego que más les gustaba era ver pasar a las personas e imaginar como eran sus vidas, donde vivían, que hacían, que comían, donde trabajaban o si tenían a su cuidado algún chaval para hacerlo su amigo e ir a jugar con él a su casa. Un amigo, un compañero de juegos es lo que más añoraban, para no sentirse tan solas y dejar de jugar solamente entre ellas.

Todos los días se levantaban temprano con el único objetivo de ir a sentarse lo más pronto posible al pórtico y ver a al gente pasar al ir a sus trabajos. Tenían la esperanza de que alguno de ellos fuera a dejar a sus hijos a la escuela.

La abuela Mau era la única familia que les quedaba a las pequeñas, sus pobres padres se habían divorciado y decidieron ir al extranjero a reencontrarse consigo mismos, por separado y sin alguien que los pudiera distraer. Por su comodidad, decidieron dejar a sus pequeñas en casa de la madre de ella ya que era su único familiar que se encontraba con vida.

Las dos pequeñas nunca supieron sobre la suerte de sus padres, aunque la abuela Mau había dejado una carta explicándolo todo y disculpándose por su egoísmo al no dejarlas volver con ellos. Mau sentía que era injusto que ellas llegarán a tener una vida fácil después que les había inculcado el que “todo debe de costar trabajo en esta vida, nada es fácil”.

Una de sus bisnietas encontró la carta cuando decidió cambiar el piso de la Casa, se sintió sorprendida pero a la vez decepcionada debido la buena imagen que le había inculcado su madre y su tía sobre la querida, amada y protectora abuela Mau. La Casa se lleno de tranquilidad ya que su espíritu pudo descansar en paz al saberse la verdad.

Después de algunos años las niñas habían comenzado a perder el interés pasar se el día en el pórtico de la casa al igual que en su juego favorito. Estaban hartas de ver pasar a las mismas personas, todos los días, con los mismos atuendos, ninguno de ellos se veía enamorado pero lo peor que todo es que ninguno de ellos tenía hijos.

Seguían pasando los años, las pequeñas niñas ya eran unas señoritas cuando decidieron no jugar más. “Es muy tonto, además aquí nunca pasa nada”. Al decir estas palabras voltearon la mirada, había llegado alguien nuevo al vecindario, un señor, aun apuesto, blanco como la nieve, cabello negro carbón y ojos de color.

A Sofía le comenzaba a parecer atractivo , pero Catalina noto algo extraño en él. Mientras las dos miraban fijante su espalda, él sólo volteo, miró a las dos muy seriamente, de pronto sonrío y les dijo adiós.

“Que te pasa Catalina, saluda, nos esta viendo”. Catalina no hizo caso a las indicaciones de Sofía, sólo lo miraba con cara sería, hasta podría decirse que estaba enojada.

Se dieron cuenta de que no eran tan grande, sólo unos 30 años habían pasado desde que el había nacido, pensaban ellas. “Yo creo que no tiene más de 35”.”Sólo que su ropa lo hace verse más grande viste demasiado formal” Uno de los lados de su casa quedaba junto frente a la de ellas y con solo cruzar la calle podrían estar ahí.

La casa de las pequeñas, donde vivían con Mau, no era para nada pequeña, tenía jardín por atrás y por delante, una linda cerca blanca y amables nomos de cerámica a lo largo del sendero que te lleva al pórtico de la casa. Era la primera y la ultima casa ya que todos debían pasar frente a ella para salir o entrar del vecindario .

Al entrar a la casa y podías observar todo totalmente limpio y acomodado. Figuras de cerámica en las mesitas de la sala junto a los muebles italianos que daban la apariencia de que nunca se habían sentado en ellos. Un agradable olor a jazmín cubría el ambiente que enceraban las paredes lilas de la casa. En el segundo piso se encontraban las habitaciones, cada una con unos lindos ventanales donde obtenías una inigualable vista del vecindario.

En casa de la abuela parecía que no vivían niños. Parecía que en su casa no vivía nadie más que ella. Esta idea se convirtió en realidad cuando Sofía y Catalina partieron a la universidad, sólo para regresar a cuidar Mau en sus últimos días de vida. Ahí reapareció la curiosidad olvidada de aquellas niñas que llegaron a su casa sin saber quienes eran y de donde venían.

Ahora ya no salían al pórtico, sólo se asomaban por la ventana de su cuarto para a ver a aquel hombre que acaba de llegar al vecindario. “Ya dime Sofía”. “Decirte qué Catalina”. “¿Quién crees que es?, ¿qué hace?”. Sofía sólo hizo cara de fastidio y volvió la mirada hacia la ventana”.
“Ya estamos grandes para jugar a esto Catalina”. “Yo creo que es un Ángel”. “Catalina sueñas demasiado, y según tú yo soy la que esta enamorada”.”Míralo, siempre trae garbadita o saco, nunca sale sin el de la casa aunque sea domingo, aunque allá calor”.

Todo los días Sofía se levantaba temprano sólo para verlo salir. Siempre con su saco o gabardina, muy elegante, vistiendo colores claros, blancos o pálidos. Aunque hiciera calor nunca observaron que sudará. Siempre estaba de buen humor y era amable con todos. Muy popular con todas las mujeres del vecindario, pero ninguna lograba más allá de un hola y un adiós.

“Talvez sea un gangster” “Te retare Sofía, ¡invítalo a comer a la casa!” “No Catalina, la abuela Mau se enojará”. Nunca había entrado un hombre a la casa, el ultimo había sido el abuelo Josh y de eso ya tiene más de 15 años de haber sucedido.

Después de discutirlo por amplio tiempo, recordaron que nunca se los habían prohibido porque nunca se había prestado la ocasión de dar una orden como esa. Sofía se lleno de valor y por la mañana, mientras Mau cocinaba, decidió salir de la casa e invitar a su vecino a tomar una pequeña merienda con ella y su hermana.

Sofía sólo dijo hola, se quedó callada, el hombre sólo con voltear la mirada y subir sus cejas, logró que comenzaran a salir palabras de su boca como nunca antes. Sofía eran muy callada, sólo hablaba lo necesario y cuando le era necesario. Al hablar con él adornaba sus frases y se expresaba con tal elocuencia que lo único que pudo hacer el hombre fue sonreír y aceptar la invitación.

Al escuchar tal respuesta Sofía acertó con la cabeza y se retiró. Cuando iba a medio camino volteó precipitadamente, se acerco de nuevo a su vecino y le dijo: “Por cierto mi hermana cree que eres un ángel” y de nuevo emprendió camino hacia la casa...
“Ya esta hecho, ya vez, si pude” “Ok esta bien, como tú lo invitaste, tú le dirás a la abuela Mau que ponga un puesto más el mesa”. Sofía se quedo anonadada por el hecho. No sabía como reaccionaría la pobre anciana, pero debían de apresurarse a hacerlo ya que seguía corriendo el tiempo.
Se acercarón a la puerta de la cocina...

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