2009-01-10

Augurios en la arena

Apareció frente a las cuevas, rumbo al desfiladero de Punta Brava, una turista francesa perseguía cangrejos colorados cuando casi lo pisa. Llegó gritando a las granjas y al instante una estampida de lugareños se aventuró a verlo.

Cuando Soledad llegó, casi medio pueblo estaba en la playa; todos mirándolo, sin intención de disimular el miedo. Dos temerarios intentaron meterlo en una bolsa de plástico, pero la multitud los presionó para que esperaran a los policías que andaban de diligencia las rancherías.

La turba se plantó alrededor y nadie se movió hasta que aparecieron los uniformados que, apenas lo vieron, trataron de correr a los curiosos; pero ninguno se marchó.

Ni la más anciana recordaba cosa parecida, lo miraba sin parpadear, moviendo la cabeza de un lado a otro; como negándolo. Otras, predeciblemente miraban al cielo con las manos enlazadas invocando protección.

Después de un rato, casi todos comenzaron a interpretarlo como un horrendo aviso de que los pactos se habían terminado; excepto Soledad, que se tocaba su trenza mirándolo fijo, con la cabeza de lado.

Un agente dio parte a la base militar de la capital, mientras su compañero interrogaba con dificultad a la francesa. Lo único que pudo entender fue que cuando llegó unos cangrejos pellizcaban el pie cercenado que aún sangraba.

Estaba descalzo. Era blanco, izquierdo; con una buena porción de pierna y simplemente estaba ahí, perfectamente plantado en la arena de ese pueblo casi paradisiaco y olvidado.

Nadie hablaba francés, por eso no entendieron cuando la turista dijo que estaba colocado sobre un rastro de huellas que terminaban justo donde el pie estaba, como si un paseante lo hubiera perdido al andar, cual zapato.

No obstante la extranjera estaba más confundida por la gente, que por el hallazgo; varias veces intentó convencerlos para buscar al dueño del miembro, pero nadie se movió. Ni un solo vistazo a los matorrales, a las cuevas, al barranco o los montículos de arena.

Todos permanecieron inmóviles, como si supieran que nada encontrarían o con la firme convicción de no querer encontrarlo.

Con las horas llegaron más policías, una cuadrilla de siete que intentó tranquilizar a los lugareños. Pero mientras despejaban el área, Soledad se lanzó sobre el pie, lo apretó contra sus senos y corrió al mar.

Los oficiales la persiguieron, pero logró tirarse de panza sobre una ola. Atropelladamente talló planta, dedos y lo que quedaba de la pantorrilla. Lo sumergió en el agua salada, pero de inmediato se lo arrebataron.

Alguien la tomó de la cintura y se la llevó del lugar mientras pataleaba, pujando, pero sin articular palabras. Al pie lo metieron en una bolsa y lo tiraron en la batea de la camioneta. Lo último que dijo un policía fue que lo llevarían al forense.

A las dos horas Soledad regresó a la playa, estaba vacía, se acomodó sobre un tronco seco y miró un esplendido ocaso que nacía en el horizonte y se extendía hasta ella sobre el océano, como agradeciendo su buena fe.

Fueron cuatro días los que pasó deambulando por la arena, a todas horas. Vivía sola y en el pueblo nadie le puso atención, estaban absortos comprando candados y reforzando ventanas.

A la quinta mañana una parvada de gaviotas volando en círculo la alertaron; sobre una zona empedrada encontró otro pie. También era izquierdo, pero más grande que el otro y con la uña del dedo gordo levantada.

Con devoción lo lavó en el mar, como limpiando algo de sí misma, le arrancó un pedazo de carne que colgaba y lo secó con su falda. Luego, simplemente lo metió en una de las cuevas que no se inundan cuando sube la marea. Esperando que encontrara su camino.

Del otro pie nadie supo, pero ella seguía vigilando, constante, puntual, metódica. Como cumpliendo un mandato que comprendió desde el principio.

Una noche vio varias luces en el acantilado, pero se extinguieron a medio camino y decidió regresar en la mañana. Fue cuando encontró el tercer pie, entre el zacate del sendero que lleva a la playa.

Ese día la gente andaba alborotada por unas palabras que aparecieron pintadas en barda, pero Soledad los ignoró y llevó el miembro mutilado a su casa. Se encerró y lo sumergió en una cubeta, le puso jabón y le quitó toda la suciedad.

A este le faltaban dos dedos y el hueso que sobresalía estaba astillado, otra vez era zurdo, pero con la planta quemada. Lo secó con su sábana y lo dejó sobre la almohada.

Tocaron, abrió la puerta, un hombre alterado le advirtió que no dejara entrar a nadie o que, si podía, buscara refugio seguro. Escéptica ignoró el vaticinio de peligro, metió el pie en una caja de zapatos y lo dejó en el acantilado.

Eran las 5 de la mañana cuando unos disparos la despertaron, fueron varias ráfagas que se escucharon a unas cuantas casas. Por la ventana sólo pudo ver dos enormes camionetas que pasaron. Luego el silencio. Ni sapos, ni grillos, ni aves, nada; parecía que hasta el mar había enmudecido.

Después de un rato, Soledad salió con lámpara en mano; las calles estaban vacías. Caminó rumbo a la playa y justo en la línea que divide la hierba de la arena encontró siete cabezas humanas incrustadas en picos. Una carta mal escrita, clavada en el ojo de la más cercana, advertía: “llegaron los nuevos mandamas, esto le va a pasar al que no se alinie y ande de soplon. Z”.

Soledad miró los rostros, arrojó la linterna y gritó tan fuerte que conjuró a la realidad en su cabeza.


Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros.

(Juan 13, 14)


5 comentarios:

  1. eres un maldito!!!! por eso te quiero =)

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  2. todos son unos enfermossss

    no mames, es genial. El final es muy bueno

    pinche tigre de sal....estoy excitada

    en esta familia hay talento jaja

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  3. Wow, haces que me preocupe más por ustedes. Está poca madre hermanito, poca madre!!!! Ja, como dice mi ex maestra de dirección, a partir de éste podríamos hacer un corto. Te extraño diario. Besos

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  4. No mames pinche hugo es la ley ese relato. la realidad que golpea la fantasía. pulcramente construido, poetico, realista y magico... tiene razón mayalex, se puede hacer un cortometraje y quedaría pocamadre. un aplauso a tu pluma.

    Mario

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  5. Ese es mi hijazo de mi vidaza... me encantò

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