El tiempo

Cuando pienso en el tiempo concluyo que he enfrascado mucho de el en ti. En recordar, en pensar donde estas, en cómo te encontrarás, en cuanto haz estando distante y en el poco que haz estado cercano.

La lejanía era buena en un principio y muchas veces hasta divertida, pero el tiempo... el tiempo la hizo complicada y monótona, llena de interrogantes, de juicios de valor, del “si a valido la pena”, del que si, del que no....

Aquí los tiempos han cambiado, yo pienso la vida de manera diferente, soplan otros aires y con ello me dirijo a diversos caminos. De ti, como dices, talvez no sepa nada, pero lo poco que conozco o he descubierto no me decepciona. Creo que ya estoy acostumbrado a que haces de las tuyas sin que sepas de las mías.

Quisiera saber que nos deparará el tiempo, si aún podemos llevarnos a distancia, si seremos más lejanos o si nuestra comunicación se convertirá en débiles intermitencias que parecen llegar a desaparecer.

Cuando pienso en dejarlo todo y cambiar de rumbo, apareces de nuevo. Esto me descontrola, me llena de dudas y confusiones. Me envuelvo en un torbellino que llega hasta a ti preguntándote mis inquietudes que sólo provocan que te enojes, enmudezcas y de nuevo te desvanezcas.

Nuestras acciones se repiten con el tiempo. El tiempo las convierte en monotonía. La monotonía termina con dejarnos y volvernos a encontrar. Cambio de camino, me tropiezo contigo y me haces regresar. Eso es algo en lo que yo ya no quiero estar.

El tiempo me ha enseñado que así será siempre. Si tu actitud cambiará, yo sería diferente, pensaría de otra manera, pero ya no queda en mi, no creo que sea así.

De distintas maneras he intentado encontrarnos con la verdad: siendo amable y siendo grosero, por las buenas y por las malas, gritando y suplicando, humillándome y haciendo de digno, hablando y cantando, en prosa y en verso, reclamando y suplicando

¿Qué más falta?

Creo que ya nada.

Sólo esperar.