2009-06-02

Rescate


Una decena de lámparas de alto alcance apuntaban a la caja del tráiler, sólo ellas y las sirenas de las patrullas doblegaban el poderío de la noche en el desierto de Chihuahua. Los vigilantes gritaban, pero adentro nada sonaba; ni un susurro, ni un gruñido, ni un indicio que les revelara por qué el conductor huyó tantos kilómetros al marcarle el alto.
Más de 10 candados sellaban el contenedor, los perros ladraban frenéticos. Un agente comenzó a vapulear los sellos con su mazo y al segundo golpe varios gritos ahogados comenzaron a escucharse en el interior.
Uno por uno fueron cayendo destrozados los candados, uno a uno los presentes se sumergieron en un estado parecido a la angustia. Adentro los murmullos se convertían en bufidos, balbuceos que se tornaron en gritos cuando el último cerrojo fue violado y la puerta abierta.
Del interior brotó intempestivo un calor infernal que casi templa la helada noche en el despoblado, vaho y una peste añeja de animales confinados. Un oficial aventó la luz al fondo y antes de que definiera las siluetas, una estampida de hombres y mujeres salió corriendo con tal fiereza que lograron derribar a tres patrulleros.
En segundos los seres del tráiler se esparcieron por el terreno agreste. Los policías montaron vehículos y emprendieron la búsqueda. La vanguardia del convoy logró ver como unos se refugiaban entre montículos enormes de termitas. A esos los agarraron.
Eran ocho, todos descubiertos, sin ropa. Exhibiendo un contundente maltrato y desnutrición. Otro grupo de aproximadamente cinco hombres corrió hacia una pequeña colina, eran muy veloces y las luces apenas y lograban iluminar sus pies o parte de las nalgas mientras escapaban.
Otros uniformados encontraron en el contenedor una alfombra de seres marinados en sudor, confundidos por el hambre y la avanzada deshidratación; ataviados por la falta de oxigeno. Cuatro habían muerto, eran niños, también un anciano.
Poco a poco fueron sacando a los moribundos y colocándolos en filas, tirados en la tierra con las manos atrás. En una hora casi todos fueron atrapados. Temblaban, lloraban, rezaban. Todos despojados de vestiduras, el calor los había obligado a desnudarse. Todos frustrados, el hambre los había obligado a buscar sus sueños en el norte. Todos deslucidos, la migra los entregaría de nuevo a las garras de la miseria.

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